Motivación: la clave para un aprendizaje duradero
“Un alumno motivado, es un alumno que aprende”. Numerosos estudios en neurociencia, apoyan que, si el cerebro está estimulado, es más sensible a la adquisición de nuevos aprendizajes.
Totalmente a favor de las corrientes neurocientíficas, también estoy del lado de la observación y la experiencia, y solo tenemos que fijarnos en nuestros alumnos, hijos o familiares, incluso en nosotros mismos. Retenemos mucho más aquello que nos interesa, que investigamos por nuestro propio interés.
En mi caso, personaje de letras y ciencias sociales, todavía me pregunto por qué aprendí matrices y derivadas; y digo aprendí, pero quizá debería decir memoricé, vomité y olvidé. Nunca fue de mi interés, nunca lo he utilizado y creo (y espero) que nunca lo usaré.
En la escuela, sobre todo en la primaria, donde los niños deben aprender lo que les dicen, ocurre esto en demasiadas ocasiones. Está claro que el currículum no podemos modificarlo, pero qué sucedería si nos replanteáramos nuestra manera de enseñar, nuestro modo de motivar e implicar al alumnado en aquello que, por normativa, deben acabar sabiendo cuando terminen esta etapa primaria.
Cuando preparo alguna de mis clases, me planteo siempre dos cosas: la primera es si le gustará a mi alumnado y, la segunda, es si mi gustaría a mí. Creo que debemos ser vendedores de alfombras en el desierto, debemos creernos lo que les estamos enseñando, debemos amar lo que hacemos, porque, sino, se lo trasmitiremos de la misma manera a ellos. Os pongo un ejemplo: como profesora de francés, muchas veces trabajamos con canciones en el aula. Hay algunas canciones que todo el mundo utiliza porque hablan de la familia, las partes del cuerpo o cualquier otro tema a aprender. Sin embargo, son terriblemente feas… cómo voy a pretender enganchar a mis chicos si no me gustan ni a mí.
Ya tenemos el primer engagement con aquello que estamos aprendiendo. El segundo factor es que ellos se sientan interesados también. Para eso, existen numerosas posibilidades que pueden hacer que esos aprendizajes lleguen a ser duraderos y se adhieran a ellos.
En primer lugar, el alumnado debe sentirse partícipe de lo que está teniendo lugar en el aula. Esto nos sonará de la metodología Montessori, con la que se pretende que los niños investiguen, manipulen y descubran. Por ese motivo, además de ser agentes activos de sus propios aprendizajes, deben equivocarse, convirtiendo el error en el segundo de los elementos fundamentales para que esa motivación no se pierda.
Estos dos aspectos se consiguen con actividades que involucren al alumnado y en las que las equivocaciones no sean castigadas, sino que los aciertos sean premiados (elemento fundamental también del refuerzo positivo).
Esta es la teoría que debe hacernos reflexionar no sobre qué debemos enseñar, sino en cómo debemos hacerlo. Pero, ¿Cómo llevarlo a la práctica? En mi caso, hace tiempo que ya dejé el libro de lado, no porque no sean buenos, sino porque siento que no están contextualizados a la realidad de nuestras aulas; a veces tienen más nivel, o menos, otras, son demasiado infantiles, otras demasiado serios… ya sabemos los maestros que cada aula es un mundo.
Otro elemento que tengo en cuenta cuando planifico mis clases es que no siempre todas funcionan por igual, pues si deseché los libros, tampoco tiene lógica utilizar siempre las mismas actividades año tras año. Habrá algunas que funcionarán muy bien con unos, otras con otros. Además, habrá veces, que a ti, como maestro o maestra, te apetezca más trabajar con unas o mejor con otras (ya hemos hablado de lo importante que es que el enseñante también esté motivado).
La ludicidad es otro aspecto a tener en cuenta. Muchas veces pensamos que debido a que son niños, el juego es importante, pero no lo es solo por ese hecho. Sino, planteémonos lo que nos gusta también jugar y divertirnos a los adultos. Es más, pensemos en lo que aprendemos siempre que estamos jugando, a diferencia de cuando nos sentamos delante de unos apuntes… haced memoria y visualizaros inventando canciones, reglas mnemotécnicas, juegos de palabras, etc. para memorizar cualquier temario. Es aprender sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo.
Algo más en lo que pienso cuando planteo las actividades del aula, es que sean “prohibidas” o emocionantes. Quiero decir, no es lo mismo escribir en sus cuadernos, como siempre han hecho, que hacerlo en superficies que para ellos no están permitidas (algo que nunca entenderé en un colegio), como ventanas o suelos. No es lo mismo copiar y memorizar, como tristemente suelen hacer, que jugar, correr, y formar palabras en mitad de un juego. O, mejor aún, no es lo mismo hacer un examen, con tiempo predeterminado, respuestas cerradas y nota numérica del uno al diez, que trabajar una unidad para conseguir un producto final que les será útil ahora y siempre.
Son varios elementos los que planteo aquí y a través de los cuales os invito a reflexionar sobre todo lo que podemos hacer desde las aulas para encaminarnos al cambio de la educación.
¿Y vosotros y vosotras, cómo soléis plantearos vuestras clases? ¿Creéis que el cambio es único y exclusivo de las altas esferas? ¿Os resulta difícil mantener a vuestro público enganchado y motivado? ¿Utilizáis otras estrategias para mantener ilusionado a vuestro alumnado? Contadme, os leo.